"La reciente visita a Chile de Alec Ross, consejero en innovación del Departamento de Estado de los EEUU, y sus charlas sobre comunicación y redes sociales en la Cancillería, pusieron sobre el tapete un tema clave en diplomacia hoy.
Ross es una figura casi legendaria en la materia. Por encargo de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, él y su “socio” Jared Cohen, funcionario de la Dirección de Planificación, dieron un gran impulso a la diplomacia electrónica en esa repartición, hoy a la vanguardia mundial en la materia. Tanto así que, a poco andar, Cohen fue reclutado por Google para dirigir “Google Ideas”, y acaba de publicar, junto con el CEO de Google, Eric Schmidt, el libro La Nueva Era Digital. Este libro, si bien discutible en sus planteamientos geopolíticos, es un importante esfuerzo por examinar el efecto de las TI en las relaciones internacionales y en la conducción de la política exterior, y lectura obligada para entender el nuevo siglo.
Ross es una figura casi legendaria en la materia. Por encargo de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, él y su “socio” Jared Cohen, funcionario de la Dirección de Planificación, dieron un gran impulso a la diplomacia electrónica en esa repartición, hoy a la vanguardia mundial en la materia. Tanto así que, a poco andar, Cohen fue reclutado por Google para dirigir “Google Ideas”, y acaba de publicar, junto con el CEO de Google, Eric Schmidt, el libro La Nueva Era Digital. Este libro, si bien discutible en sus planteamientos geopolíticos, es un importante esfuerzo por examinar el efecto de las TI en las relaciones internacionales y en la conducción de la política exterior, y lectura obligada para entender el nuevo siglo.
Una plataforma clave en esto es Twitter. Y ello nos lleva a lo que yo llamo la paradoja de Twitter en la praxis diplomática: por una parte, todo usuario de Twitter debe tratar de de ser lo más gracioso, provocativo e impredecible posible, para aumentar el número de seguidores (“es todo sobre los seguidores”).A mayor provocación, mayor respuesta, mayor número de seguidores y mayor alcance de los mensajes. Por otra, esto es la antítesis de las prácticas diplomáticas establecidas. El humor no sólo rara vez resulta en diplomacia (sobre todo por escrito), sino que tiende a ser contraproducente. La provocación es considerada un acto poco amistoso, sino derechamente hostil. Y la impredectibilidad es lo último que los gobiernos desean en sus relaciones exteriores. Ello se añade a la naturaleza comprimida y espontánea de los intercambios en Twitter (limitados a 140 caracteres por mensaje, que los hace tan atractivos y estimulantes), polo opuesto a lo extenso y meditado del cable diplomático.
Si ello es así, y dadas las aparentes desventajas de Twitter en diplomacia, manifestadas en el escepticismo de muchas Cancillerías cuando apareció en 2006, ¿cómo explicar que Twitter haya “prendido” tanto en los círculos diplomáticos?
El Canciller (y ex- Primer Ministro) sueco, Carl Bildt, tiene, al escribir estas líneas, un total de 205,670 seguidores. Utiliza Twitter para trasmitir sus puntos de vista sobre los temas más variados, y provee enlaces para sus blogs y artículos de opinión, como una especie de megáfono para difundir sus escritos más extensos (en su condición de Primer Ministro, Bildt fue el primer jefe de gobierno en enviar un mensaje electrónico a otro jefe de gobierno, a Bill Clinton en 1993; se le atribuye también el haber inventado el boletín electrónico, por el cual individuos circulan periódicamente textos varios a una red de amigos o conocidos). Hay un Canciller latinoamericano tan activo, que es conocido como “Twitterman”.
El ex-Vice-Canciller de la India (y actual Vice-Ministro de Desarrollo de Recursos Humanos), Shashi Tharoor, prominente escritor (su último libro es Pax Indica) y ex-funcionario de la ONU, otro usuario muy activo (con 17,377 tweets), tiene 1,793,611 seguidores, muchos de ellos en su estado de Kerala. Mientras fue Vice-Canciller, sus “tweets” eran tan provocativos que varias veces lo tuvieron en las cuerdas.
Tal vez el caso más emblemático del impacto de Twitter en la praxis diplomática, sea el de Michael MacFaul, embajador de los EEUU en Rusia. Moscú no es de las destinaciones diplomáticas más fáciles para los representantes del país del Tío Sam. La falta de acceso a los medios de comunicación tradicionales, y con ello de llegada a la opinión pública rusa, es sólo uno de los obstáculos que enfrentan.Sin embargo, el Embajador MacFaul, que antes trabajó en la Casa Blanca, enseñó en Stanford, y habla ruso, tiene 48,224 seguidores. Twitter le da una presencia-país que no obtendría de otra forma. El impacto de sus “tweets” se multiplica por Internet.
Jon Benjamin, el embajador del Reino Unido en Chile, con 15,863 seguidores, y 4703 tweets, la gran mayoría en castellano, es otro buen ejemplo. Usando un humor muy británico (intercambio típico: Pregunta “¿cómo se atrevió a ser tan chévere? Respuesta: “chévere? eso suena a venezolano; soy bakán, po”) participa en el debate nacional, opinando sobre temas tan controversiales como los derechos de los homosexuales, la última película sobre Margaret Thatcher o la guerra de las Malvinas. Para las Olimpíadas del 2012, se trasladó a Londres, desde donde fungió como auto-designado corresponsal cubriendo los juegos vía Twitter para sus seguidores en Chile, que ya lamentan su pronta partida a otra destinación, después de cuatro años en el país.
Así, las premoniciones iniciales acerca de los peligros inherentes para los diplomáticos en poner en una frase corta y cáustica lo primero que se les venga a la cabeza en relación a algo, han demostrado ser infundados. La brevedad de los mensajes se compensa con el amplio acceso que proveen las redes sociales, la rapidez de la comunicación, la economía de tiempo que implica, la posibilidad de llegar a nuevos segmentos de la opinión pública (como la juventud) y el uso de enlaces para textos mas extensos. Aunque ha habido casos de “metidas de pata”, ello no ha disminuido la creciente popularidad de Twitter entre los diplomáticos.
Ello se debe a los cambios en la diplomacia misma, en tránsito de lo que yo he denominado una “diplomacia de clubes”, a una “diplomacia de redes”. Esto significa el paso de una diplomacia tradicional, limitada a unos pocos actores, en su mayoría gubernamentales, a puertas cerradas, y destinada a firmar acuerdos, a una muy distinta. La “diplomacia de redes” implica vincularse a un número bastante mayor de actores, muchos de ellos no gubernamentales, a veces en público, y tratar de aumentar los flujos e intercambios entre los países, más allá de los acuerdos firmados. La tecnología digital multiplica en forma exponencial el número de actores a los cuales los diplomáticos pueden llegar. El auge de la diplomacia pública, otra expresión de la diplomacia de redes (y con la cual no debe ser confundida) va a la par.
Nada de esto significa que el uso de Twitter en diplomacia sea fácil. El peligro de “meter la pata” sigue vigente, con las consecuencias del caso. Las palabras (sobre todo si quedan por escrito) son como flechas—una vez lanzadas, no pueden retirarse. Las cancillerías están muy consciente de ello, y varias de ellas han reglamentado el uso de Twitter. En algunos casos, sólo se puede usar para comunicados oficiales del Ministerio; en otros, como en India, Twitter solo puede ser usado por los jefes de misión; en otros, como en algunos países escandinavos, por todo funcionario.
Impulsado por la aceleración de la vida de hoy y la necesidad de llegar a la opinión pública, el uso de Twitter no es sino otra expresión del paso de la “diplomacia de clubes” a la “diplomacia de redes”. Los cambios de la revolución en las TI y la telemática en las últimas décadas han sido tan radicales que ni siquiera una profesión tan tradicional y marcada por prácticas y costumbres centenarias como la diplomacia puede sustraerse a ellos".
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