" "Un buen diplomático siempre parte hacia su nuevo destino con muchas recomendaciones y conexiones sugeridas. Llega con su valija y las relaciones que ha hecho y las nuevas que estas mismas le permitirán tejer…"
No debe haber otra carrera que enseñe más sobre la fugacidad de la vida que la del diplomático. En rigor, un diplomático es un ser que muere y renace, que fallece y resucita muchas veces a lo largo de su trayectoria profesional. Más aun, esta es definida por muchas muertes y resurrecciones. Lo he ido comprendiendo durante el ejercicio de mi cargo como embajador en México. El asunto se vuelve particularmente intenso durante las despedidas de diplomáticos que marchan a otros destinos y los recibimientos que se brinda a quienes llegan de otros países.
Cuando un diplomático se va definitivamente a otro destino, aflora una cadena de despedidas de sus colegas. Algunos me cuentan que son objeto de 10 o 15 despedidas, por lo general almuerzos o cenas, que deben atender sin descuidar sus gestiones de oficina. Los mal pensados dicen que las despedidas se suceden para que el festejado se vaya de veras. Cuando uno asiste a esas ceremonias, pareciera que quien se va seguirá estando presente para siempre en el país de donde se va. Pero al tiempo, con la llegada del sustituto y la proliferación de otras despedidas y bienvenidas en paralelo, queda de manifiesto otra verdad de la vida: todos nacemos para ser olvidados.
El diplomático no solo renace. Renace, pero, además, reencarnado en otra función y, tal vez, en otra persona. Cada nuevo puesto es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para cumplir con el nuevo cargo de otra forma, asentado en otras experiencias y expectativas. Un buen diplomático siempre parte hacia su nuevo destino con muchas recomendaciones y conexiones sugeridas. Llega con su valija y las relaciones que ha hecho y las nuevas que estas mismas le permitirán tejer.
Menciono todo esto porque hace poco tuve el privilegio de inaugurar una serie de conversaciones de la Academia Diplomática “Andrés Bello” con personalidades que ejercen la diplomacia desde la carrera misma o la circunstancia política. Fue notable ver que los jóvenes diplomáticos perciben el gran desafío que implica actuar en un mundo que cambia de forma vertiginosa, que se reinventa y se vuelve cada vez más exigente y específico, un mundo que demanda más conocimientos y creatividad del diplomático, una especialización que le permita desempeñarse con éxito en su carrera.
Pero del diplomático se espera también versatilidad y capacidad de adaptación a diversas culturas. Se dice fácil, pero no es fácil cuando se espera esa ductilidad a lo largo de toda una vida, cuando lo temporal o provisorio se convierte en constante. Implica algo más: ser capaz de enamorarse del país ante el cual ha sido acreditado. El diplomático es, en ese sentido, un amante constante pero infiel, un polígamo o un monógamo que se entrega a sucesivos amores. El diplomático se parece también al submarinista. Ambos viajan durante largos períodos en un microclima -la embajada y el submarino- y deben ser capaces de afrontar y resolver diferencias y conflictos para que ese espacio no se torne irrespirable. Ni el diplomático ni el submarinista pueden, al final de cada jornada, ir a tomar un trago con amigos o a pasar el domingo con familiares para “desconectar”.
Converso con diplomáticos de distintos países y compruebo que su realidad cotidiana no es solo el glamour que muchos imaginan. Aman su carrera y volverían a escogerla de nuevo, pero con los años aflora también en ellos -como en los marineros y los exiliados- el desarraigo. En ese sentido, me entiendo muy bien con los diplomáticos. En los últimos 40 años he vivido 36 fuera de Chile. El diplomático vive en dos mundos, la patria y el país que lo recibe, y a menudo idealiza la patria, pero tiene una tensión con ella: en la patria deja de ser, en el sentido original del término, diplomático.
El diplomático se asemeja también al actor. A través del actor habla Sófocles, Molière o Shakespeare. A través del diplomático habla su país. El diplomático es él y su cargo, él y el país que representa. Disfruté conversar con futuros diplomáticos chilenos, que ya afrontan los desafíos de un mundo globalizado, vertiginoso y fugaz, que todo lo replantea."
http://www.apuntesinternacionales.cl/la-diplomacia-y-la-vida/
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